lunes, enero 16, 2006

COMENTARIO SOBRE DESARRAIGO…..otra de polacos….

Por ROLANDO DRUT

“La migración masiva, fue sin duda alguna uno de los fenómenos característicos de la historia de la humanidad en los últimos ciento cincuenta años. Millones de personas se desarraigaron de su lugar de nacimiento, principalmente en Europa. Esa migración, constituyó uno de los factores decisivos de la existencia del pueblo judío. En la actualidad, pese a su larga historia, la mayor parte de sus hijos residen en lugares en los cuales sus antecesores de apenas dos o tres generaciones no vivieron”
(Haim Ovni, profesor de Historia Judía Contemporánea, de la Universidad Hebrea de Jerusalén.-Argentina y la Historia de la Inmigración Judía- 1983).

Un 15 de septiembre de 1941, Winston Churchill recibía en el Nº 10 de Downing Street de Londres al general Charles De Gaulle. Este último necesitaba la colaboración de Inglaterra para liberar a Francia (en realidad ambos se necesitaban, pero esto es otra historia). Este mismo día nacía yo y ellos jamás se enteraron del acontecimiento tan importante para mi familia. Mis “dolores” de cabeza comenzaron a partir de aquél instante o eventualmente debido a la aplicación de los fórceps que ayudaron en aquél feliz momento. Todavía no lo tengo muy en claro. Espero que con la ayuda del psicoanálisis, pueda resolverlo algún día. Me asomé, entonces, a la vida, quizás por azar ese preciso día en Paris, Francia.
Se me ocurre de pronto, que no tendría que haber nacido en París ¿Por qué? Mi padre, Szmul Wolf, rubio de ojos claros, tez blanca, era polaco, totalmente polaco y con una cara de polaco imposible de disimular. Cuando salía del “Gymnasium”, a los ojos de los otros, polacos católicos no había disimulo posible, notaban la diferencia y se lo hacían saber… Aquél día papá me había entregado su apellido y fue adosado a mi nombre para siempre. Es decir, desde aquel instante yo llevaría ese apellido polaco como lo habían soportado, felices o no, cientos de años todos los Drut de Polonia. Tuvieron la misma suerte que yo varios tíos, tías, y primos y una parafernalia de ancestros barbudos y “frime”, nacidos todos ellos en aquella bella Varsovia, de la cual decían algunos, era una ciudad tan linda como París. A lo mejor, quizás, me hubiera casado en los salones del Rabino Zilbenbergla en la calle Dielna Nº 4, donde lo hiciera en 1931 mi tía Edzy Drutówny en la mismísima Warszawa, digo, a lo mejor, quizás, pero está visto que no pudo ser…
Insisto, tendría que haber nacido en Polonia, como corresponde, ser polaco, pero ocurre que soy francés. ¡Vaya problemita el mío! El papá de mi papá, mi abuelo Szulim, también había nacido en Polonia. Su esposa, la mamá de mi papá, mi abuela, Sura Rywka Lewkowicz, también supo ser polaca. Se complicaba cada vez más mi historia. ¿Porqué, yo no era polaco?
Si me remonto a varias generaciones de la familia paterna, todos, indefectiblemente todos fueron polacos. Nací, sin embargo, en un lugar diferente a mis antepasados. ¡Qué raro¡
Me di cuenta que el problema se complicaba cada vez más, en este alejamiento involuntario de aquella tierra, con la consiguiente confusión de identidades culturales y nacionalidades diversas. Mis hijos, como corresponde han sido beneficiarios del mismo apellido, pero tampoco son polacos, si bien algunos tienen cara de polaco y así van por la vida. Sigo con los mismos cuestionamientos. Se los brindé a mi descendencia y no veo salida de lo que aparenta ser un callejón estrecho y prolongado.
Ahora bien, tengo como anexo a esta cuestión, todo lo relativo a la historia que heredé de mi madre ¡La cosa no podía ser tan simple!
Mamá era francesa como yo. Su nombre era: Henriette y todos le decían Henriette. Ite Freide, tal su nombre en yiddish, lo había distraído detrás de su asimilación. Me prestó su nacionalidad. Alguna nacionalidad debía tener, aunque más no sea, en los documentos, para andar por la vida. Si; ella había nacido en París: en pleno Montmartre. ¡Más parisina imposible! Pelirroja, tez blanca y con pecas.
¿Y sus padres? Bueno acá también hay cosas que aclarar, si es que se puede. Sus padres (Slöim Heinich y Sura Beila Moise) eran rumanos, por ende ella tendría que haber nacido en Jassy o en Vaslui. Francamente es todo muy complicado.
Hasta aquí el relato, breve sucinto, fragmentado como una suerte de pintura que intenta expresar una experiencia que puede ser las de tantas personas de mi generación. Lo significante es resaltar claramente que todo eso, es el pasado que como una constante se pasea sin destino sobre mi presente. Existen briznas suaves de angustias, recuerdos, lugares, olores de comidas, sentimientos, idiomas y pensamientos cruzados. Y entonces se percibe que el desarraigo está en lo no-dicho y se transmite involuntariamente a los hijos. “Lo perdido está irremisiblemente perdido” decía en una oportunidad Marisha Blum (en una nota del 23/8/05) y entonces hay que llenarse de presente ¿Qué es llenarse de presente? Es la labor de la cotidianeidad en una nueva construcción, forjada en distintos países, es mantener viva esta cultura que heredamos, con los valores que recibimos, juntos con nuestros apellidos y dejar retoñar el árbol que seguro elevará su copa.
Cada familia tiene su historia y ello se entronca en todo el camino de un pueblo en su errancia milenaria y va construyendo diversidades y riquezas múltiples. Con ello llegamos a comprender que la forma de seguir vivos y ayudar a lo constitutivo de nuestras identidades transmitidas a nuestros hijos es haber podido sortear todos estos caminos y cada día seguiremos en el recupero de lo que ciertos bandidos de la historia creían que nos lo habían podido arrancar. Es innoble no mirar las raíces, aunque uno no desearía recostarse tanto en ellas, pero es imposible vivir sin ellas y cada ser humano lo digiere a su manera. Es por eso que todavía estamos aquí.
Nacer en un país sin saber porqué ¿o sí? Venir de un país donde nacieron y vivieron padres y los padres de los padres, que emigran voluntariamente o forzosamente y nacen los hijos y los hijos de los hijos en lugares desconocidos y entonces siguen expulsados y forman nuevas familias. Transitamos así el desarraigo, indisolublemente marcado en la memoria y en la transmisión de esa memoria. Y aparece el olvido que pertenece a esta memoria. El desarraigo es el pasado, pero también es constitutivo del presente.
Roland, enero 2006