miércoles, marzo 19, 2008

Leyendo a Helen Epstein

El lunes 17 de marzo tuvimos una de nuestras reuniones con sobrevivientes, hijos y nietos. En una ronda grande –éramos más de 30- leímos, compartimos y comentamos fragmentos de "Tras la historia de mi madre" en los que nos vimos reflejados, nos evocaron nuestras historias personales y nos miramos una y otra vez en los ojos de los otros que también se miraban en los nuestros.

Los temas. La consigna había sido "seleccionar pequeños trozos, leerlos y decir por qué habían sido elegidos". Nuestra sorpresa fue la coincidencia en las selecciones, nos impactaron cosas similares que tocaban las experiencias compartidas. Temas como los idiomas que se hablaban en nuestras casas, los idiomas que nos resultaban evocadores o sonidos de la intimidad; temas como la adolescencia o los tiempos de inocencia de los que después conocimos como sobrevivientes con su carga pesada, la adolescencia fresca y ligera, frívola y soñadora de los que amaban bailar, escuchar música, como cualquier adolescente y cuyos recuerdos fueron luego opacados por los vivido durante la Shoá; temas como los objetos-testimonios del pasado que se nos ha robado, no tenemos en general fotos ni objetos que nos hablen del pasado familiar, esas "anclas" que nos podrían decir que hubo algo antes, que la Shoá no fue el comienzo sino un accidente; temas como la difícil comprensión "a posteriori" de la vivencia que se tenía tanto en Checoeslovaquia como en Hungría o en otras partes de que "aquí no va a llegar", "este payaso se va a caer solo", "no tenemos por qué huir", sostenida por intelectuales, políticos, no solo por gente común y poco informada, de que la guerra, si es que la había, se resolvería prontamente, sin que se pudiera visualizar, imaginar, sospechar siquiera nada de lo que después sucedió; temas como el "regreso" a la vida, el duro golpe que les propinó la realidad del caos de la posguerra cuando nadie esperaba a los sobrevivientes que debieron seguir esperando; temas como el lugar de la mujer en los distintos momentos y que necesariamente comparamos con los pasados de nuestras respectivas familias con sus coincidencias y disidencias; temas como la sed por conocer el pasado sobre el que nuestra vida se ha construido y que nos resulta opaco y que coincide tanto con esta vuelta hacia atrás emprendida por muchos de nosotros, un camino que tan atractivo nos resulta, tal vez en la esperanza de encontrar claves, guías, sentidos…

Un modelo. El texto de Epstein, además de pionero como su libro anterior “Children of the Holocaust” de 1979 que disparó el concepto de hijos de sobrevivientes, es muy fértil en todos estos sentidos, pues su propia búsqueda, tan subjetiva, tan personal, tan comprometida y exhaustiva, se vuelve universal, se vuelve un modelo para los que estamos parados en su misma porción de realidad, para los que compartimos su conciencia sobre el pasado como constructor de subjetividad.

Un re-encuentro. Además de ello, como nos ha pasado tantas otras veces, hubo un imprevisto conmovedor. De entre las personas que venían por primera vez estaba Danka Klein –a quien la misma Helen Epstein contactó con nosotros-, acompañada por Jacky, su marido. Nacida en Bucarest durante la guerra dirige hoy el departamento de cuidado animal e investigación de cáncer del instituto Roffo, compartió parte de su historia y cuando se oyó que su nombre era Danka, otra de las personas que estaba con nosotros por primera vez, Jorge Lucacs, le preguntó por su apellido, por los nombres de sus hermanos …. Resultó que sus padres habían sido muy amigos, que habían venido en el mismo barco, que compartieron circunstancias de escondites y huídas en Europa, que ella recordaba el nacimiento de Jorge y su Bar Mitzvá, que Jorge recordaba el casamiento de Danka…y el resto de la ronda saltábamos de uno a otro, disfrutando, paladeando ese re-encuentro, ese nuevo entrecruzamiento de historias que tantas otras veces habíamos vivido pero que siempre nos sume en el mismo encantamiento misterioso y en el disfrute de la recomposición de algo que parecía roto o perdido.

Una reacción. Compartió gran parte de lo sucedido, Graciela Bruno, de la Editorial El Ateneo que ha publicado el libro en castellano. Al día siguiente nos escribió: Muchas gracias por invitarme a compartir la lectura del libro de Helen. Es increíble ver cómo a pesar de todo el sufrimiento tienen una mirada positiva en el futuro. La labor que ustedes realizan es muy importante, no sé si está valorada como merece. Me asusta pensar que las nuevas generaciones, se desentiendan de lo que pasaron sus abuelos. No podemos olvidar las reacciones absurdas del ser humano porque las volveremos a repetir. No paro de conmoverme con ustedes, sentí que no había angustia ni odio. No sé cómo sería yo en el mismo lugar. Tal vez ustedes lo están haciendo, pero me gustaría que estos testimonios se pudieran llevar a colegios, no judíos, porque supongo que ya lo saben o lo ven como materia. Tenemos que luchar para que sea tema obligatorio en las escuelas, armar charlas ecuménicas, hacer aquí lo que hiciste en el colegio de tus nietas yanquis. No podemos permitir que estas cosas sigan pasando, y para eso debemos revisar la historia y por favor, enseñar desde el amor, aunque nos cause mucho dolor. África, en este momento está sufriendo un holocausto que no vemos. Bueno, una vez más, me alegra que Helen me haya abierto tantas puertas. Qué compromiso el de ustedes!

En suma: Fue una buena reunión que anticipa la que tendremos con Helen cuando esté en Buenos Aires.

La presentación de su libro tendrá lugar el martes 8 de abril, a las 19.30 hs en el auditorio de AMIA.

Antes de eso, el lunes 31 de marzo a las 19.30, también en AMIA, proyectaremos "Todos mis seres queridos" un film checo que relata con frescura, calidez y hondura, la historia de una familia con el ascenso del nazismo y la negociación interna que debieron encarar para las decisiones que debían ser tomadas para intentar salvarse cuando finalmente no pudieron más que advertir la gravedad del peligro que se cernía sobre ellos. Como decíamos cuando comentábamos el libro de Epstein, todos somos sabios con el diario del día siguiente. Y nos quedamos pensando en cuánto del mundo de hoy es parecido, qué y cuáles indicadores tal vez estamos leyendo inadecuadamente sin darle el peso y la importancia que tal vez tenga. Pero, como alguien dijo, tal vez forme parte de la naturaleza humana el creer que a uno nunca le va a pasar, el mirar sin ver lo que pueda resultar amenazante para poder seguir viviendo.

Etiquetas: